En la adversidad muchas veces los niños nos dan lecciones a los adultos. Si son ellos los que padecen una enfermedad, suelen adaptarse a la situación con mucha más naturalidad y soltura que sus padres. Viven a menudo ajenos a lo que les pasa, no dejan de jugar, son capaces de adaptarse a tomar la medicación y difícilmente se vienen abajo. No dejan nunca de sorprenderte.
Si el cáncer ocurre a un progenitor u otro ser querido, ellos también hablan con más franqueza y sin rodeos que nosotros los adultos. Especialmente a determinadas edades entienden más de lo que en principio creíamos. Debemos legitimizar sus emociones, mejorarles la comprensión de la enfermedad, integrar sentimientos ambiguos, establecer estrategias de afrontamiento activo, prepararles para el duelo si fuera necesario. Cabe hacerlo tanto si son niños, como si son adolescentes.
Probablemente por deformación profesional, les hablo muchas veces a mis hijas sobre mi trabajo como médico y sobre el cáncer. Le pedí un día a mi hija mayor, con 10 años, que me explicara con dibujos lo que para ella representaba lo que yo le había contado acerca de este tema. Ella por su parte me pidió que lo colgara en mi blog. Y yo que cumplo mis promesas lo expongo aquí. Los dibujos y las palabras de su puño y letra cuenta con personajes que parecen sacados de una historia de cómic: La señora radiación, el señor acelerador, el doctor chiflado, el cáncer, el “canso”, la doctora curapupas, la señora paciente, los defensores antibióticos, la doctora operación y el señor impaciente. El resultado del cáncer a través de la mirada de una niña es este: