Carta trece para quien no se fue del todo 5/5 (10)

,

Querido F.,

Hoy se cumplen trece años desde que te fuiste. Trece. Puede parecer una eternidad. O bien, un suspiro. Me doy cuenta de que el tiempo no borra todas las huellas que dejaron los afectos, ni atenúa del todo la punzada de tu ausencia. Es un aniversario que me gusta recordar con la palabra.

A veces me sorprende lo nítido que puede seguir siendo tu recuerdo. El tono de tu voz, tus manos como abrigo y brújula o tu mirada limpia, sin dobleces. Me enseñaste tanto sin pretenderlo… Sobre la vida, la muerte y lo que de verdad importa.

Quería contarte que hace unos meses publiqué un libro. Se titula Tu historia no acaba aquí”. Y no lo digo solo por quienes, como tú, vivieron con coraje un diagnóstico oncológico, sino también por nosotros, los que nos quedamos. Porque nuestras historias se entrelazaron, se transformaron. Y aunque físicamente ya no estés, tu historia sigue viva en los que nos cruzamos contigo, en lo que hago en mi día a  día y en lo que soy.

Al escribir tuve que remover memorias, algunas tan dulces como amargas. Fue como volver a remover fotos mentales o sostener tu mirada cuando sabía que lo sabías todo. Volver a esos días en que las palabras sobraban, y sin embargo hablábamos de todo. De lo que dolía, de lo que quedaba pendiente, de lo que ya no tenía sentido posponer. De la belleza que aún había, incluso en medio de la tormenta.

Muchos me han preguntado de dónde saqué la fuerza para escribir. Yo no tengo una respuesta exacta, pero creo que me viene de ti. De lo que aprendí acompañándote. Del privilegio de haber estado a tu lado, incluso en el momento más vulnerable, cuando ya todo se rendía, menos la dignidad. Fue algo francamente terapéutico para mi.

Aquellos días me cambiaron para siempre. Me hicieron más humana. Más consciente. También más frágil, aunque quizá eso también sea una forma de fortaleza. Comprendí que acompañar a alguien que amas con su enfermedad —y en su despedida— es una de las tareas más duras y más sagradas que existen.

Lo que tú me enseñaste, no venía en los libros de medicina que estudié. Era sabiduría de carne y hueso, de silencios y de miradas. Recuerdo tu forma de reír, cada gesto de bondad infinita, cada palabra amable, cada visita. Cómo tratabas de tranquilizar a los demás.

Tu historia está entrelazada con tantas otras que ahora pueblan las páginas de mi libro. Historias de sufrimiento, sí, pero también de reconciliación, de despedidas dignas, de vidas vividas con plenitud hasta el final. Me parecía justo dejar constancia de ellas. Y también, inevitable, dejar constancia de ti.

Te convertiste sin saberlo en uno de mis faros. En esos días oscuros, cuando me siento perdida, cuando las decisiones médicas duelen más de lo que alivian, cuando el cansancio pesa, pienso en ti. En lo que harías, en lo que dirías. Y entonces me siento tremendamente acompañada.

A veces me pregunto qué pensarías si pudieras leer lo que he escrito. Tal vez te reirías y me dirías que soy una exagerada. Que tú solo hiciste lo que pudiste, que no hay mérito en ser valiente cuando no queda otra. Pero yo sé que no es así. Yo sé cuánto coraje hacía falta para vivir lo que viviste.

Te echo de menos. No solo en las fechas redondas como hoy. Te echo de menos en los días anodinos, cuando algún día me sabe raro y no sé por qué, y en los días hermosos, cuando me gustaría poder compartir contigo una buena noticia, una tarde cualquiera, un silencio amable. Te echo de menos cuando alguien pronuncia tu nombre sin saber que fue hogar.

No sé si hay algo más allá, ni si estas palabras llegarán de algún modo hasta ti. Pero me reconforta escribirte. Me ayuda a seguir andando.

Gracias por tanto. Gracias por tu ternura sin ruido, por tu entereza, por seguir aquí, a tu manera, empujándome desde lo invisible.

Por favor, valora el artículo

Cincuenta

Cada cambio de década produce inevitablemente una reflexión, un alto en el camino para recapacitar y evaluar el camino hasta ahora recorrido. Cierto es que en nuestra sociedad existe un culto tal vez desmesurado al cuerpo, al estado casi permanente de ausencia de enfermedad, en que la mejor edad es la juventud pues goza habitualmente de una mayor fortaleza física y entusiasmo. En detrimento a esa idea se encuentra la edad madura que se trata muchas veces de invisibilizar, ocultar o incluso minusvalorar.
Este pasado fin de semana celebramos junto a compañeros de Bachillerato y COU nuestro cincuenta aniversario. Fue todo un flash de sensaciones y emociones, pues no en vano han pasado muchos años sin saber unos de otros. Echar la vista atrás y mirar con perspectiva el momento presente da un cierto vértigo, algo así como estar en la cumbre de una gran montaña, divisar el paisaje y adivinar que a partir de ahora lo que queda es bajarla. 
Sin embargo este viaje mental de nuestra adolescencia a la actual “adultescencia” ha resultado francamente aleccionador por muchos motivos. En primer lugar porque nos encontramos vivos y con fuerzas renovadas en la mayoría de los casos, valoramos las pequeñas cosas y conocemos el significado del esfuerzo y del sacrificio. Y en segundo lugar porque muchos de nosotros ya nos hemos enfrentado por lo menos a una o dos adversidades importantes que toda vida tiene. Haberlas superado nos ha dado ya un cierto poso y quizá eso nos permite ver el horizonte con una cierta serenidad, pero también con ganas de seguir aprendiendo y disfrutando.
El cáncer también se ha colado en la vida de algunos de mis compañeros, ya sea en primera o en tercera persona. En los que ha sido en primera persona me ha gustado conocer su biografía, su forma de hacerle frente y quedarme en cierto modo admirada por ello. Como dice uno de mis compañeros, haber tenido cáncer no es algo “guay”, ni es algo que elijas, ni que te haga ser optimista a toda costa. Es un muro que hay que atravesar de la mejor manera posible, con muchas dificultades, con muchos desasosiegos, pero que cuando sales de él puedes decir que sales fortalecido y con enseñanzas que te acompañarán el resto de la vida. Los que han tenido que hacer de cuidadores de familiares con cáncer también han pasado por un duelo similar, porque aunque no lo padezcan en su piel, la enfermedad se cuela en todo el entorno socio-familiar.
Uno de mis compañeros ya adelanté que había escrito un libro que ha titulado “Una carrera de supervivencia” y que verá la luz en unos pocos días. He tenido el privilegio de leerlo en primicia y de obtener ya un ejemplar en papel. Todo un reto personal que sin duda su lectura ayudará a muchas personas, especialmente a los largos supervivientes de cáncer que han de aprender a vivir con las cicatrices de la enfermedad y sus tratamientos. Ayudará también a entender un poco más la enfermedad y a acercarnos más si cabe a una realidad poco conocida. Ha sido emotivo reencontrarnos tras muchos años y conocer nuestras diferentes perspectivas, él como superviviente de cáncer y yo como médico dedicada a la Oncología desde hace veinticinco años. Todo un baúl de experiencias a flor de piel. 
Otra compañera me ha explicado su caso, contándome que ha conseguido mantener a raya la enfermedad y convertirla en una enfermedad crónica. Algo positivo, pues hasta hace pocos años no era posible hacerlo. De ella me llevo su sonrisa, su excelente aspecto y sus ganas de mirar siempre hacia adelante sin miedo. Agradezco enormemente su testimonio y ella sabe que está invitada a esta bitácora cuando ella quiera para explicarnos su particular experiencia con la enfemedad. 
La verdad es que este reencuentro me ha hecho pensar un poco de forma nostálgica y algo “vintage” especialmente cuando hemos entrado en las aulas y en otros rincones del colegio. La satisfacción y la alegría han estado presentes en muchos instantes, especialmente al vernos de nuevo tras años de no saber unos de otros. Hemos tenido sorprendentemente un “buen rollo” increíble, algunos nos han hecho reír hasta la extenuación, otros nos hemos contado alguna que otra “batalla” y otros nos han regalado conversaciones y momentos agradables. 
Bien pensado no es tan malo llegar hasta aquí y tal vez sea verdad lo que nos cuenta en el siguiente video Elsa Punset sobre la mediana edad como etapa fructífera y plena. 

Por favor, valora el artículo