Relato de verano. La consulta (II)

Prosiguió su consulta. En su agenda asignada disponía de quince minutos por paciente. Todo un lujo si se compara con los escasos minutos con los que dispone en una mañana un médico de familia. Puede parecer que quince minutos es un tiempo razonable, pero como verán, en muchas ocasiones se antoja corto. La agenda contemplaba, eso sí, la posibilidad de hacer un discreto receso para un café, una visita al señor Roca o lo que fuera menester. Otro lujo sin duda.
De esos quince pacientes nos detendremos en cuatro que ese día fueron especiales. Los demás para fortuna suya, eran visitas rutinarias con final feliz. Acababan siempre con la misma sentencia: sin evidencia de enfermedad. Control en 6 meses o un año.
La primera paciente que entró fue Silvia, una chica muy joven que llevaba ya tres años libre de enfermedad. Había superado un cáncer de mama. Entró en la consulta con un brillo especial en los ojos. La doctora sabía por qué, lo había leído previamente en su historial médico, pero prefería que se lo contara en primera persona la propia paciente. ¡Estaba embarazada! Traer un niño al mundo es siempre una noticia feliz, pensó la oncóloga. No estaba habituada a recibir estas noticias, ya que los tratamientos oncológicos dejan la función reproductora dañada de forma irreversible en muchos casos. Por suerte, la paciente decidió reservarse antes de la quimioterapia unos ovocitos. Así podría decidir engendrar cuando el momento le resultará propicio. Se sonrieron. Sus miradas eran de alegría y complicidad. Todo estaba en orden. A la doctora aquella paciente le alegró el día. Le deseó un feliz alumbramiento y la emplazó a volverse a ver en una nueva visita. Esperaba que esa vez pudiera ya mostrarle su bebé.
Antonio entró en la consulta cabizbajo y con una tristeza difícil de disimular en su rostro. Ella le miró extrañada, pues sus análisis para monitorizar su cáncer de próstata seguían bien. Acertó en preguntarle si había alguna novedad. Él le contestó que hacía dos meses que se había despedido para siempre de su mujer. Llevaba cuidándole con un mimo exquisito en los dos últimos años víctima de varios ictus que le habían dejado imposibilitada y sin habla. Se intuía que ella lo había sido todo para él y ahora se encontraba con un vacío terrible. Su compañera de viaje ya no estaba y aunque era consciente de que podría sobrevivirle, llegado el momento todo se le vino grande. La doctora, con mucho tacto, le dejó hablar. Aquel hombre necesitaba expresar lo que sentía. Ella le reconoció su valor en la lucha de esos años. Le dijo: quédese con ese inmenso cariño que ella se ha llevado de usted. Ha sido muy grande lo que ha sido capaz de hacer. Ahora le toca cuidarse a sí mismo. Ella le preguntó por sus hijos. Él le contestó que se sintió arropado en el momento del óbito, pero todos ellos vivían lejos de aquel pueblo castellano donde él residía y tenían que atender a sus respectivos trabajos y familias. La soledad le pesaba como una losa.

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Relato de verano. La consulta (I)

Ella se levantaba muy temprano. Le gustaba el silencio del amanecer. Tan sólo apreciaba ligeramente el murmullo de la respiración durmiente del resto de los habitantes de su casa. Desayunaba tranquila, pausadamente. Después se preparaba para el día y dejaba todo dispuesto para los que aún dormían apacibles. Se aseaba, se arreglaba, se vestía y repasaba mentalmente las tareas que le aguardaban. Se dirigía al garaje y conducía hacia el hospital escuchando música. Ésta le animaba a empezar el día. Veía asomar el sol. Al salir del coche sentía brevemente el frío de esas horas tempranas en el rostro.

Se ponía su bata blanca, el fonendo y se encaminaba hacia la consulta. Le esperaba una primera visita y 15 sucesivas. Encendía el ordenador y construía la historia clínica del primer paciente. ¡Listo!,  se decía. Mientras el paciente charlaba con la enfermera a modo de introducción, ella repasaba los nombres y las historias de los otros 15 pacientes.
Entró en la consulta el primer paciente. Estaba nervioso. Siempre vienen nerviosos. Muchos no saben bien a qué vienen. Algunos conocen su enfermedad oncológica. Otros vienen con una somera explicación de otro médico que no saben o no se atreven a saber si han entendido bien.
La doctora se presenta cordialmente y con una sonrisa. Le tantea. Le pregunta qué conoce de su enfermedad y de la Radioterapia. A él le han dicho que tiene un cáncer de próstata, pero reconoce no saber casi nada del tratamiento recomendado. Cree que le van a poner unas “corrientes” que le curarán. Eso es todo. La doctora le explica entonces por qué se le ha recomendado ese tratamiento, cómo le van a preparar y en qué consiste. Le explica los efectos secundarios esperables. Le explora con cuidado. Después le hace firmar un papel y le cita para la simulación. Se saludan, se despiden y él parece aliviado.
Ella prosigue con la consulta. Le aguardan 15 pacientes más.

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Saber desconectar para conectar

He de reconocer que me siento atraída por las llamadas nuevas tecnologías, en lo que viene a llamarse una “geek” o “friki” tecnológica. La revolución tecnológica como cualquier revolución tiene sus claros y sus grises.
En una ocasión visitando el pequeño pero maravilloso Museo del Libro “Fadrique de Basilea” en la ciudad donde resido (Burgos) y que desde aquí animo a visitar, comprendí por analogía el momento, en cierto modo histórico, por el que estamos pasando. En él puede observarse la interesante evolución a lo largo de la Historia de la escritura, inicialmente en piedras como el caso de  los jelogríficos egipcios, para luego dar paso a los papiros, al papel, a los fantásticos libros incunables, a la imprenta y finalmente al libro digital. La imprenta de Gutenberg  a partir de 1440 supuso un avance cultural muy notable, pues a partir de aquel momento se democratizó en cierta forma la accesibilidad al conocimiento. La lectura de los libros estaba hasta entonces sólo estaba reservada al clero y a la nobleza. Tal fue el cambio por aquellos años que no faltaron voces para acallar a los libros. La imprenta dejaba impresas las palabras que podían expresar pensamientos, ideas, acercándolas a más personas, tomando conciencia del poder de la palabra escrita. De ahí surgió la Inquisición como un modo de control a ese bien preciado que es la cultura y que era considerado “peligroso”. Esta revolución  que supuso el libro impreso tiene ciertos paralelismos con la revolución tecnológica actual.
Las nuevas tecnologías nos abren la puerta a una gran cantidad de información, de oportunidades, de hacer visible lo invisible, de hacer posible otras formas de comunicación diferentes a los canales habitales hasta ahora establecidos, de socializarnos de una forma hasta ahora desconocida, aumentándonos nuestra realidad cotidiana. Se ha establecido así otro salto en la accesibilidad de la información, una nueva era digital en toda regla. También toda esta vorágine tiene una cara “B”: la falsa información no contrastada, la “muerte” por infoxicación y  la sensación de que toda esta tecnología nos roba tiempo para hacer otras cosas quizás más importantes, convirtiéndonos en un “homo distraidus“.

He escrito este “post” porque voy a tomarme un tiempo de sana y necesaria desconexión digital para coger carrerilla y empujar con ganas el nuevo curso que en septiembre se avecina. Aprovecharé estos días para inspirarme, para leer esos libros pendientes, para reconciliarme y fundirme en un baño con mi añorado mar Mediterráneo, para disfrutar de la compañía de mi familia, para el reencuentro con viejos amigos, para hablar otras lenguas que tengo algo oxidadas en mi cerebro y para poder dar, en definitiva, un 100% en cuerpo y alma.

Dejo en puntos suspensivos la posibilidad de publicar algún “post” liviano en lo que queda de agosto. No me echen de menos y disfruten por favor del tiempo libre. Que la vida son dos días y uno ya ha pasado….

¡FELIZ VERANO A TOD@S!

http://www.youtube.com/watch?v=wf_dzUamjwg

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Mis maestr@s

 

Tranquilos todos, ni el Dr Ross ni el Dr House han sido mis maestros. Habría sido divertido cruzarme con alguno de ellos en la vida real y que todo saliera como en las películas. La ficción que representan les puedo asegurar es una mera aproximación, pues la realidad muchas veces la supera con creces.

En mi recorrido como médico he tenido muchos maestros, en gran parte debido a la vida profesional un tanto nómada que me ha tocado vivir. No me arrepiento de ello, muy al contrario, creo que me ha enriquecido. He aprendido mucho de muchos. Con esos “maestros” he compartido las fatigas cotidianas, las ganas de trabajar, las preocupaciones por los enfermos, los cambios, las incertidumbres, agradables tertulias, muchas risas y también por qué no algún llanto de rabia, de impotencia o simplemente tristeza que a veces también tenemos derecho a concedernos. De todos y cada uno he recogido enseñanzas que he ido agregando en mi particular mochila de la vida y que las voy sacando a medida que las voy necesitando. Es siempre bueno tener referentes, aunque discrepes o debatas con ellos. Si te rodeas de “buena gente” y buenos maestros la influencia es siempre positiva, prácticamente fluye sola, casi sin querer.

Mis primeros maestros en esta aventura de la Oncología Radioterápica fueron el Dr Agustí Valls y el Dr Manuel Algara. Eran tiempos en que contábamos con muy poquitos medios, el trabajo se podría decir que era casi artesanal. Tratábamos a un gran número de pacientes de la mejor manera posible con lo que teníamos. Recuerdo que Agustí me decía: “se aprende a capar cortando cojones”. Puede sonar una frase un tanto grosera y contundente. Pero era verdad, tenía que pasar por la experiencia de tratar a los enfermos con mis propias manos. De él heredé el gusto por la Hematología, pues él había compartido trabajo anteriormente con los Dres Cyril Rozman y Albert Grañena del Hospital Clínic de Barcelona. También recibí de él grandes clases de Radiobiología que representa junto a la Radiofísica las bases de esta curiosa especialidad. Fue mi jefe y sin duda mi primer gran maestro. De Manuel aprendí lo que es trabajar con tesón, de forma casi incansable. Se preocupó por mimar mi formación y de que tuviera las ideas muy claras. Me enseñó mucho sobre el arte de presentar y de escribir artículos médicos. Recuerdo también una frase muy suya: “el médico residente ha venido al mundo para sufrir y el médico adjunto….para seguir sufriendo”. Hay mucho de verdad en ello.

Después de acabar la residencia y empezar como médico adjunto he tenido la oportunidad de conocer a estupendos profesionales. Del Dr Carles Conill del Hospital Clínic aprendí a no rendirme, a creer en mi misma y a dar lo mejor.  Me dió grandes dosis de sabiduría y humanismo mezclados a partes iguales. De él he copiado la frase que me repetía muchas veces: “Doctora, no hay enfermedades, sino enfermos”.

En el Hospital Plató tuve la oportunidad de conocer a dos grandes personas que son el Dr Agustí Pedro y el Dr Antoni Vila. Nunca podré agradecerles lo suficiente su apoyo y confianza. En el Hospital Mútua de Terrassa conocí a los oncólogos Dr Lluís Cirera y el Dr Romà Bastús. De ellos aprendí mucho sobre la prudencia necesaria en oncología, a no ser oncólogo del último estudio y saber esperar a que los acontecimientos nos dieran o no la razón. Su forma de pensar algo más conservadora a lo que yo estaba habituada me dió una visión diferente y me aportaron mucho en el valor que ofrecía también la paliación. También compartí un tiempo corto pero intenso con la Dra Àngels Arcusa, una mujer y madre incansable con una capacidad de trabajo fuera de serie. En Valladolid inicié otra andadura casi en solitario, pero conté con los consejos, la ayuda, el aprecio y la comprensión del Dr Francisco López-Lara. En Palma de Mallorca tuve a dos buenos compañeros de fatigas: el Dr Ignacio Alastuey y la Dra Lucía Bodi. Ignacio es un lector y cinéfilo infatigable y Lucía representa para mi la bondad y la discreción personificada. Conservo un buen recuerdo de ellos y espero que ellos de mi también. Compartimos mucho.

Ahora me encuentro en Burgos en un servicio integrado por cinco mujeres, liderado por la Dra Mercedes Teijeira, una mujer con una gran capacidad de trabajo, incluso “multitarea” y a la que no le importa arremangarse a trabajar si hace falta. Algo siempre admirable y que no deja nunca de asombrarme.

Evidentemente hay muchos más compañeros que no están nombrados aquí, tanto médicos como radiofísicos de los que he aprendido y sigo aprendiendo mucho. La lista se me antojaba un poco larga e incluso temía dejarme a alguien y no hacer justicia. Ellos saben que también están en mis pensamientos.

Por último he de nombrar a todos esos “anónimos” maestros de mi día a día, a los que me encuentro en este devenir digital. No paro de aprender y de disfrutar de ellos a través de sus blogs, sus tuits, sus whatsapps o sus e-mails. Y es que el mundo no para de cambiar.

A todos esos grandes y pequeños maestros quiero darles las GRACIAS por estar ahí.
Les dejo con un video: Reflexiones sobre la vida

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¿Qué hace el personal auxiliar en Radioterapia? 4.8/5 (5)

Vamos a explicar en esta entrada qué hace el personal auxiliar en Radioterapia. He hablado en anteriores entradas de este blog del papel de otros profesionales y su importancia en la aplicación de nuestros tratamientos a los pacientes: los técnicos de radioterapia, los radiofísicos y la enfermería.

Existen además otros muchos actores en nuestro escenario cotidiano que son igualmente importantes y hacen que nuestra labor sea más llevadera. En este equipo hay varios profesionales y espero no dejarme a ninguno en el tintero:

Los celadores:
Son los encargados de acompañar a los pacientes y ayudan a movilizar especialmente a aquellos que por el motivo que sea no son válidos o tienen alguna dificultad para moverse con soltura. Realizan además otras tareas como llevar las muestras de sangre u otros al laboratorio, revisar el correo ordinario, etc.

Las auxiliares de enfermería:
Se encargan habitualmente de reponer el material que se precise, revisan que las consultas estén en orden y colaboran con la enfermera en el cuidado del paciente

El personal auxiliar administrativo:
Realizan tareas burocráticas y administrativas: realización de informes, canalización de algunas pruebas o tratamientos no disponibles en nuestro centro, colaboración en la realización de estadísticas del servicio, atención telefónica, etc.

Las limpiadoras:
Este suele ser un personal poco valorado, pero imprescindible en un Hospital, pues mantienen limpios y aseados nuestros puesto de trabajo, los pasillos, vacían las papeleras, mantienen impolutos los baños, etc

El personal de mantenimiento:
Desde una bombilla que no enciende ,arreglarte un cajón que no cierra, colocar una estantería, una toma de vacío o de oxígeno que no funciona. Siempre necesitamos a un “manitas” o a alguien capaz de “arreglar las cosas”.

El personal de informática:
La historia clínica en papel ha desaparecido. Ahora tenemos la historia clínica digital. ¿Qué hacer si se nos “cuelga” el sistema, no podemos ver en pantalla las pruebas complementarias o si nos falla repetidamente el ordenador? Pues llamar al informático. Otro actor que se convierte en muchas ocasiones en un imprescindible.

Los técnicos o los ingenieros de las unidades de tratamiento y simulación
Las sofisticadas unidades de tratamiento como los aceleradores lineales de electrones precisan de personal técnico (habitualmente ingenieros) altamente cualificados para que procedan a las revisiones oportunas . de igual modo que hacemos con nuestros vehículos. Ellos nos pueden solucionar la papeleta cuando “la máquina” deje de funcionar ya sea por una causa mecánica, eléctrica, de software o de hardware. Tener un buen Servicio técnico es muy importante para que haya el menor número de interrupciones de los tratamientos.

Los técnicos de transporte sanitario
Son conocidos popularmente como los “ambulancieros”. La radioterapia se administra habitualmente de forma ambulatoria. Muchos pacientes viven el pueblos perdidos con poco o ningún transporte público y malas comunicaciones. Las ambulancias colectivas ofrecen un servicio al paciente que le permite acudir a tiempo a las sesiones de radioterapia para luego volver a casa. A veces recorren muchos kilómetros, conducen en condiciones climatológicas muy adversas y se juegan la vida en la carretera. Tienen que coordinar el transporte de muchas personas y ello aunque cause las lógicas molestias hay que ponerlo en valor.

Los guardas de seguridad:
Son los que vigilan y guardan por nuestra seguridad. Los Hospitales no son inmunes a los “cacos” y tampoco por desgracia a la presencia de algún personaje violento. Son los “polis buenos” de esta película, aunque a veces les toque por diferentes razones de hacer de “polis malos”. Espero no encontrarme nunca en la tesitura de tener que llamarles por temer por mi integridad física. Me consta que algún compañero sí ha necesitado de ellos y debe ser una situación angustiosa y desagradable que precisa ser manejada rapidez y mano izquierda.

Para que conste en acta para que el equipo funcione hace falta toda la “tribu”. Gracias.
Les dejo con un ameno y sorprendente flashmob del Hospital Hadassah en Jerusalem

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